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La primera fake news de la historia: La representación radiofónica de la Guerra de los Mundos por Orson Wells

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La noche que hizo historia

“Las noticias parecen llegar del cielo mismo”, comentó un periodista en 1938, describiendo el poder casi místico que la radio ejercía sobre los oyentes de la época. No podía imaginar cuán proféticas resultarían sus palabras aquella noche del 30 de octubre, cuando millones de estadounidenses creyeron que el cielo realmente les estaba hablando… para anunciar el fin del mundo.

A las 8:00 PM de aquel domingo de octubre, las familias americanas seguían su rutina habitual. Los platos de la cena apenas se habían retirado de las mesas, y el ritual nocturno comenzaba con el sonido familiar de las radios encendiéndose en millones de hogares. La programación de domingo por la noche era sagrada: un momento de reunión familiar antes de que comenzara otra semana laboral.

En el estudio de la CBS en Nueva York, un joven director de 23 años llamado Orson Welles y su compañía Mercury Theatre se preparaban para su transmisión semanal. El programa de aquella noche era una adaptación de “La Guerra de los Mundos” de H.G. Wells. Nadie, ni siquiera el propio Welles, podía anticipar que estaban a punto de hacer historia con lo que se convertiría en la primera fake news masiva de la era moderna.

Para comprender cómo fue posible que una dramatización radiofónica causara tal impacto, debemos sumergirnos en el contexto de aquella América de 1938. El país se encontraba en un momento particularmente vulnerable, y tres factores clave confluían para crear el escenario perfecto:

La sombra de la Gran Depresión

Aunque técnicamente la economía se estaba recuperando, las cicatrices del crack del 29 seguían frescas. Las familias americanas habían aprendido por las malas que la catástrofe podía llegar en cualquier momento y sin previo aviso. La incertidumbre económica había dejado una profunda huella en la psique colectiva.

En Europa, Hitler acababa de anexionar Austria y las tensiones en Checoslovaquia aumentaban día a día. Los periódicos y noticieros radiales bombardeaban a la población con noticias sobre la inminencia de un nuevo conflicto mundial. La memoria de la Primera Guerra Mundial, apenas dos décadas atrás, intensificaba estos temores.

La revolución mediática

La radio se había convertido en el medio de comunicación dominante. A diferencia de la prensa escrita, que requería esperar a la siguiente edición, la radio podía transmitir noticias en tiempo real. Esta inmediatez le otorgaba un poder y una credibilidad sin precedentes.

Para el público actual, acostumbrado a la sobrecarga informativa y al escepticismo hacia los medios, puede resultar difícil imaginar el poder que la radio ejercía en 1938. Era mucho más que un electrodoméstico: representaba una ventana al mundo y una voz de autoridad casi incuestionable.

Los datos son reveladores: más del 80% de los hogares americanos poseían al menos un receptor de radio. Las familias organizaban sus rutinas alrededor de la programación radiofónica. Los boletines de noticias marcaban el ritmo del día, y las voces de los locutores se habían convertido en presencias familiares y confiables.

El presidente Roosevelt había demostrado el poder del medio con sus “charlas junto a la chimenea”, transmisiones radiofónicas que le permitían hablar directamente con la nación. La radio había unido al país durante los años más duros de la Depresión, creando una sensación de comunidad nacional sin precedentes.

La construcción de la credibilidad

La confianza en la radio se había construido gradualmente, pero sobre bases sólidas:

1

Inmediatez
Era el único medio capaz de transmitir acontecimientos en tiempo real

2

Intimidad
Las voces entraban directamente en los hogares, creando una conexión personal

3

Autoridad
Los locutores se habían ganado la confianza del público a través de años de servicio informativo

4

Precisión
La radio había demostrado su fiabilidad en momentos críticos

Esta credibilidad casi absoluta sería un factor crucial en los eventos que estaban a punto de desarrollarse.

La escena está preparada

Al anochecer del 30 de octubre de 1938, todos los elementos necesarios estaban en su lugar:

  • Una sociedad nerviosa y receptiva a las amenazas
  • Un medio de comunicación con credibilidad casi absoluta
  • Una audiencia acostumbrada a recibir noticias importantes por radio
  • Un contexto internacional tenso que hacía plausible cualquier amenaza
  • Un joven director dispuesto a experimentar con los límites del medio

El escenario estaba listo para lo que se convertiría en uno de los experimentos sociales no planificados más significativos del siglo XX. En la siguiente hora, la línea entre realidad y ficción se difuminaría de una manera que cambiaría para siempre nuestra comprensión del poder de los medios de comunicación.

El genio detrás del pánico

El joven prodigio que asustó a América

Cuando Orson Welles entró en los estudios de la CBS aquella noche de octubre, ya era considerado un prodigio del teatro. Con solo 23 años, había revolucionado la escena teatral de Nueva York y se había ganado una reputación como innovador audaz. Sin embargo, nadie podía imaginar que este joven director estaba a punto de hacer historia de una manera completamente inesperada.

¿Quién era realmente este joven que conseguiría sembrar el pánico en toda una nación? Welles había sido un niño prodigio, considerado genio a los 10 años y aclamado como “el shakespeare americano” antes de cumplir los 20. Su precoz talento y su innata comprensión del poder de la narrativa le habían llevado a experimentar con formas cada vez más innovadoras de contar historias.

Una de las historias más llamativas de aquella noche fue la del taxista de Newark que, al escuchar la transmisión mientras llevaba pasajeros, decidió dar un giro brusco y dirigirse a toda velocidad hacia las montañas. “No dejaré que los marcianos los atrapen”, declaró a sus asustados pasajeros. Cuando finalmente se enteró de que todo era una dramatización, ya había recorrido más de 20 kilómetros en dirección contraria al supuesto punto de aterrizaje.

 

Mercury Theatre on the Air: Un laboratorio de innovación

El Mercury Theatre on the Air era un programa semanal que había comenzado en julio de 1938. A pesar de competir en una franja horaria difícil (se emitía al mismo tiempo que el popular ventrílocuo Edgar Bergen en la NBC), Welles y su compañía habían conseguido hacerse un nombre gracias a sus adaptaciones innovadoras de clásicos literarios.

Las características distintivas del programa incluían:

  • Adaptaciones creativas de obras clásicas
  • Uso innovador de efectos sonoros
  • Narrativas experimentales
  • Actuaciones intensas y realistas

Pero lo que realmente distinguía al Mercury Theatre era su voluntad de experimentar con el formato radiofónico mismo. Welles no se contentaba con simplemente dramatizar historias; quería reinventar la forma en que se contaban.

La elección de “La Guerra de los Mundos” de H.G. Wells no fue casual. La novela, publicada en 1898, ya era un clásico de la ciencia ficción que planteaba preguntas inquietantes sobre la vulnerabilidad de la civilización humana.

La novela original

H.G. Wells había escrito su novela como una crítica al imperialismo británico, invirtiendo los roles tradicionales: esta vez, era la avanzada civilización británica la que se enfrentaba a una invasión tecnológicamente superior. La historia se desarrollaba en la Inglaterra victoriana y seguía un formato narrativo tradicional.

Elementos clave de la novela original:

  • Narración en primera persona
  • Ubicación en la Inglaterra victoriana
  • Desarrollo gradual de la invasión
  • Crítica social subyacente

La genialidad de Orson Welles residió en comprender que una simple dramatización de la novela no sería suficiente. En su lugar, concibió algo revolucionario: trasladar la acción a la América contemporánea y, más importante aún, presentarla en formato de noticiario de radio.

La adaptación de Welles se basaba en un conocimiento profundo de cómo funcionaba la radio como medio de comunicación. Cada elemento fue cuidadosamente diseñado para maximizar la credibilidad:

El formato noticioso

La decisión más crucial fue estructurar gran parte de la historia como una serie de boletines informativos que interrumpían un programa musical. Este formato era familiar para los oyentes, que estaban acostumbrados a que las noticias importantes interrumpieran la programación regular.

Elementos que aumentaban el realismo:

  • Uso de reporteros “en el terreno”
  • Entrevistas con “expertos”
  • Boletines meteorológicos intercalados
  • Actualizaciones de última hora

El taxista que salvó a sus pasajeros de los marcianos
Una de las historias más llamativas de aquella noche fue la del taxista de Newark que, al escuchar la transmisión mientras llevaba pasajeros, decidió dar un giro brusco y dirigirse a toda velocidad hacia las montañas. “No dejaré que los marcianos los atrapen”, declaró a sus asustados pasajeros. Cuando finalmente se enteró de que todo era una dramatización, ya había recorrido más de 20 kilómetros en dirección contraria al supuesto punto de aterrizaje.

Las voces de la autoridad

Welles seleccionó cuidadosamente las voces para cada papel. Los “expertos” y “funcionarios” que aparecían en la transmisión fueron interpretados por actores que podían imitar perfectamente el tono autoritativo de los verdaderos funcionarios gubernamentales y científicos.

Una de las innovaciones más brillantes de Welles fue lo que podríamos llamar “realismo escalado”. La transmisión comenzaba de manera inocua, con música de orquesta, y gradualmente introducía elementos cada vez más dramáticos:

1

Primera fase

Interrupciones breves y aparentemente rutinarias

2

Segunda fase

Reportes más frecuentes y alarmantes

3

Tercera fase

Cobertura continua de la “crisis”

4

Clímax

Caos total y pérdida de la comunicación

Este incremento gradual de la tensión hacía que la historia fuera más creíble, ya que reflejaba cómo se desarrollarían las noticias en una crisis real.

Los días previos a la transmisión, Welles y su equipo ensayaron exhaustivamente. Cada efecto de sonido, cada transición, cada interpretación fue pulida hasta la perfección. El objetivo no era simplemente contar una historia, sino crear una experiencia auditiva totalmente inmersiva.

Elementos clave en los ensayos:

  • Sincronización precisa de efectos sonoros
  • Ajuste de las interpretaciones vocales
  • Refinamiento de las transiciones
  • Calibración del ritmo narrativo

La elección de la noche de Halloween para la transmisión no fue casualidad. El público ya estaba predispuesto a historias sobrenaturales y de terror. Este contexto festivo añadía una capa adicional de verosimilitud a la historia: si algo extraño iba a suceder, ¿qué mejor momento que Halloween?

Preparados para hacer historia

Cuando el reloj marcó las 8:00 PM aquel 30 de octubre, todos los elementos estaban en su lugar:

  • Un guion magistralmente adaptado
  • Un elenco perfectamente preparado
  • Una audiencia potencialmente receptiva
  • Un formato innovador y convincente

Lo que nadie podía prever era la magnitud del impacto que tendría esta transmisión. El joven genio que había orquestado todo estaba a punto de demostrar, de manera dramática, el increíble poder de los medios de comunicación masiva.

El error que hizo todo más creíble
Durante los ensayos, el actor Frank Readick, quien interpretaría al reportero Carl Phillips, no conseguía el tono adecuado de pánico en su voz. Welles tuvo una idea brillante: le hizo escuchar repetidamente la grabación del desastre del Hindenburg, ocurrido el año anterior. La descripción angustiada del reportero Herbert Morrison del accidente del dirigible sirvió como inspiración para la actuación de Readick. Esta casualidad histórica añadió un nivel adicional de autenticidad, ya que los oyentes recordaban vívidamente el tono de las transmisiones reales del desastre del Hindenburg.

 

La noche del pánico

La noche del 30 de octubre de 1938 comenzó como cualquier otro domingo. Millones de americanos se disponían a disfrutar de su programación radiofónica habitual cuando, a las 8:00 en punto, la voz del locutor de la CBS resonó en los hogares: “La Columbia Broadcasting System y sus emisoras afiliadas presentan a Orson Welles y el Mercury Theatre en ‘La Guerra de los Mundos’ de H. G. Wells”. Nadie podía imaginar que esas palabras darían inicio a una de las noches más extraordinarias en la historia de la comunicación.

Los primeros minutos de la transmisión transcurrieron con engañosa normalidad. Los acordes de Ramon Raquello y su orquesta flotaban por el éter, interpretando música de baile que invitaba a la relajación. Esta aparente normalidad era, por supuesto, parte del plan magistral de Welles. El contraste entre esta calma inicial y el caos que se desataría más tarde magnificaría el impacto de los eventos por venir.

Doce minutos después del inicio, la música se interrumpió por primera vez. La voz del locutor, con ese tono profesional tan característico de los boletines informativos, anunció una noticia aparentemente rutinaria: observaciones astronómicas inusuales en el planeta Marte. Para la mayoría de los oyentes, no era más que una curiosidad científica, algo para comentar durante la cena del lunes. Sin embargo, este primer boletín era solo el inicio de una cuidadosa construcción narrativa que iría intensificándose gradualmente.

Las interrupciones comenzaron a hacerse más frecuentes. Entre pieza y pieza musical, las noticias se volvían progresivamente más inquietantes. Un prestigioso astrónomo (interpretado por el propio Welles) fue entrevistado sobre las extrañas explosiones observadas en Marte. Su tono académico y mesurado añadía un nivel adicional de credibilidad a la transmisión. La maestría de Welles se revelaba en estos detalles: sabía que la autoridad científica era fundamental para hacer creíble lo increíble.

El momento que lo cambió todo

El punto de inflexión llegó cuando la música fue interrumpida bruscamente para informar sobre un impacto meteorítico en Grover’s Mill, Nueva Jersey. La descripción del reportero en el lugar de los hechos era un ejercicio magistral de realismo radiofónico. Su voz, mezclada con el murmullo de una multitud en segundo plano y el ocasional ladrido de perros, creaba una atmósfera de absoluta verosimilitud. La tensión era palpable cuando describió cómo el supuesto meteorito comenzaba a abrirse.

Lo que siguió fue una escalada dramática que aprovechaba al máximo las posibilidades del medio radiofónico. Los oyentes escucharon en tiempo real cómo la situación se deterioraba rápidamente. El reportaje desde Grover’s Mill se transformó en un testimonio de horror cuando los “marcianos” emergieron de su cápsula y comenzaron a atacar a los presentes. Los gritos, las explosiones, el caos, todo sonaba terriblemente real.

Mientras la transmisión continuaba su inexorable progresión hacia el caos total, las calles de varias ciudades comenzaban a mostrar signos de agitación. En Newark, Nueva Jersey, las iglesias se llenaron de feligreses que buscaban consuelo espiritual ante lo que creían era el fin del mundo. En las centralitas telefónicas, las operadoras se enfrentaban a una avalancha de llamadas sin precedentes. Los testimonios de estas operadoras, recogidos posteriormente, ofrecen una ventana fascinante a la psicología del pánico colectivo.

“Las personas llamaban llorando”, recordaría más tarde una operadora de Nueva York. “Preguntaban cómo podían escapar, hacia dónde debían huir. Algunos querían saber si era mejor suicidarse que ser asesinados por los marcianos”. La histeria, aunque no tan generalizada como la leyenda posteriormente sugeriría, era muy real para quienes la experimentaron.

El granjero y la escopeta

En Grover’s Mill, Nueva Jersey, el lugar ficticio donde supuestamente aterrizaron los marcianos, un granjero llamado William Dock disparó contra una torre de agua cercana, convencido de que era un alienígena. “Podía ver los ojos brillantes y el humo saliendo de ella”, declaró posteriormente. La torre, acribillada a balazos, se convirtió en una atracción turística local y aún hoy conserva algunos de los agujeros de bala de aquella noche.

 

La realidad detrás de la ficción

La transmisión continuó su curso implacable. Los boletines informativos describían una invasión en pleno desarrollo. Las “noticias” llegaban de diferentes fuentes: reporteros en el terreno, comunicados oficiales, testimonios de testigos presenciales. Cada nuevo informe añadía una capa adicional de verosimilitud a la historia. La técnica de Welles, que consistía en mezclar elementos familiares (nombres de carreteras reales, instituciones conocidas, procedimientos oficiales auténticos) con la ficción de la invasión, resultó devastadoramente efectiva.

Mientras tanto, en las calles, la confusión crecía. Algunas personas salieron de sus casas para verificar las noticias con sus vecinos. Otros comenzaron a prepararse para lo peor, llenando sus bañeras con agua o empacando provisiones de emergencia. La policía recibió numerosas llamadas de ciudadanos que afirmaban haber visto “luces extrañas” en el cielo o que reportaban “actividad sospechosa” en sus vecindarios.

A medida que la hora avanzaba, la narrativa alcanzó niveles apocalípticos. Nueva York estaba siendo evacuada. Las comunicaciones caían. El gas venenoso de los marcianos se extendía por las calles. El realismo de la producción era tal que incluso los silencios y las interrupciones en la transmisión parecían auténticos fallos técnicos causados por el caos generalizado.

Finalmente, a las 9:00 PM, Orson Welles volvió al micrófono con su voz natural para revelar que todo había sido una dramatización de Halloween. Sus palabras finales, pronunciadas con una mezcla de diversión y quizás un toque de preocupación, resonarían en la historia de la radiodifusión: “Este es Orson Welles, señoras y señores, deseándoles buenas noches y recordándoles que, después de todo, hoy es la víspera de Halloween”.

La transmisión había terminado, pero sus efectos apenas comenzaban a manifestarse. En las horas siguientes, mientras las centralitas continuaban saturadas y los periódicos preparaban sus titulares para la mañana siguiente, quedó claro que algo extraordinario había ocurrido. La radio, ese medio que había entrado en los hogares como un invitado de confianza, acababa de demostrar su poder para alterar la realidad misma.

El experimento involuntario

Aunque no fue planeado como tal, la transmisión de “La Guerra de los Mundos” se convirtió en un experimento social sin precedentes sobre el poder de los medios de comunicación. La combinación de un formato creíble, una narrativa hábilmente construida y un contexto social receptivo había creado las condiciones perfectas para lo que hoy reconoceríamos como la primera fake news viral de la historia.

Lo más sorprendente no fue tanto el pánico en sí, que estudios posteriores demostrarían menos extenso de lo que la leyenda sugiere, sino la facilidad con la que una historia ficticia, presentada con los elementos correctos de autoridad y verosimilitud, pudo ser aceptada como realidad por una parte significativa de la audiencia.

El día después

El amanecer del 31 de octubre de 1938 encontró a América en un estado de conmoción. Mientras los primeros rayos del sol iluminaban las calles de Nueva York, los vendedores de periódicos ya voceaban titulares que pasarían a la historia: “Falsa invasión marciana siembra el pánico”, “Radio aterroriza a la nación”, “La Guerra de los Mundos causa histeria masiva”. La nación despertaba para enfrentarse no solo a las consecuencias de lo ocurrido la noche anterior, sino también a una incómoda verdad sobre su propia vulnerabilidad ante los medios de comunicación.

En la sede de la CBS, el teléfono no había dejado de sonar en toda la noche. Periodistas, autoridades y ciudadanos indignados exigían explicaciones. Orson Welles, que apenas había dormido, se preparaba para enfrentar a la prensa en lo que sería una de las conferencias de prensa más memorables de la historia de la radiodifusión.

Los rostros de los ejecutivos de la CBS reflejaban una mezcla de preocupación y asombro. Por un lado, su cadena había logrado lo impensable: demostrar el poder absoluto de la radio para influir en la opinión pública. Por otro, se enfrentaban a una potencial crisis de credibilidad y a posibles acciones legales. La pregunta que flotaba en el aire era: ¿cómo había sido posible que una simple dramatización radiofónica causara semejante conmoción?

La carta de Einstein

Entre las numerosas cartas que recibió la CBS al día siguiente, destacó una del propio Albert Einstein. El científico, que entonces residía en Princeton, escribió: “No debería culparse al Sr. Welles. La culpa recae en la naturaleza altamente sugestionable de la mente americana, cultivada por una sobredosis diaria de publicidad exagerada”. Einstein utilizaría posteriormente este incidente en sus clases como ejemplo de cómo el pánico masivo podía nublar incluso las mentes más racionales.

La respuesta de Welles

La conferencia de prensa de aquella mañana reveló a un Orson Welles aparentemente sorprendido por el alcance de su creación. Con una mezcla de sinceridad y astucia teatral, el joven director expresó su asombro ante la reacción del público: “No teníamos idea de que estábamos haciendo algo más que un especial de Halloween“, declaró. Sin embargo, sus ojos brillaban con una chispa que sugería que, aunque quizás no había previsto la magnitud de la respuesta, comprendía perfectamente el poder del medio que había manipulado tan magistralmente.

“La radio es un medio nuevo”, explicó Welles a los reporteros. “Todavía estamos aprendiendo sobre su poder y sus limitaciones. Si hemos demostrado que ese poder es mayor de lo que nadie imaginaba, entonces quizás hemos hecho una contribución importante a la comprensión de este medio”.

En los días y semanas siguientes, comenzó a emerger una imagen más matizada de lo ocurrido. Los primeros estudios, realizados por el Princeton Radio Research Project bajo la dirección de Hadley Cantril, revelaron algunas verdades sorprendentes sobre el incidente.

La realidad era más compleja de lo que los titulares sensacionalistas sugerían. Si bien hubo casos documentados de pánico real, la mayoría de los oyentes no habían reaccionado con histeria. De hecho, muchos habían reconocido la naturaleza ficticia del programa, ya fuera por haber escuchado la introducción, por cambiar de emisora y contrastar la información, o simplemente por mantener un escepticismo saludable.

Lo verdaderamente significativo no era tanto el número de personas que habían creído en la invasión, sino las razones por las que algunas lo habían hecho. El estudio de Cantril identificó varios factores clave que habían contribuido a la credibilidad de la transmisión.El incidente había expuesto varios aspectos fundamentales sobre cómo las personas procesan la información en situaciones de crisis. Los oyentes que creyeron en la invasión no eran necesariamente más crédulos o menos inteligentes que los demás. En su lugar, habían sido víctimas de lo que los psicólogos comenzaron a identificar como una combinación de factores específicos.

La confianza en la autoridad de la radio jugó un papel crucial. Para muchos oyentes, la simple idea de que alguien pudiera utilizar el medio radiofónico para difundir información falsa era inconcebible. La radio había construido su credibilidad a lo largo de años de servicio informativo fiable, y esa reputación actuó como un sello de autenticidad para la dramatización de Welles.

Las lecciones para la industria mediática

La respuesta de la industria de la radiodifusión fue rápida y significativa. En las semanas siguientes, las principales cadenas de radio implementaron nuevas políticas sobre el uso de formatos noticiosos en programas de ficción. La Federal Communications Commission (FCC) también comenzó a considerar nuevas regulaciones sobre la responsabilidad de los medios de comunicación.

Sin embargo, el debate más profundo se centraba en una cuestión fundamental: ¿dónde terminaba la responsabilidad del medio y dónde comenzaba la del oyente? La transmisión de “La Guerra de los Mundos” había demostrado que la línea entre información y entretenimiento podía ser peligrosamente difusa.

Quizás el legado más duradero de aquella noche de Halloween fue el nacimiento de una nueva conciencia sobre el poder de los medios de comunicación. Por primera vez, tanto los profesionales de la comunicación como el público general se vieron obligados a confrontar las implicaciones de vivir en una sociedad mediática.

La capacidad de los medios para moldear la percepción de la realidad ya no era una teoría abstracta, sino un hecho demostrado. La transmisión había puesto de manifiesto que la credibilidad de un medio podía ser tanto su mayor fortaleza como su mayor vulnerabilidad.

Visto desde la perspectiva actual, el incidente de “La Guerra de los Mundos” aparece como un presagio sorprendentemente preciso de los desafíos que enfrentaríamos en la era de la información. Las preguntas que surgieron entonces siguen siendo relevantes hoy: ¿Cómo podemos distinguir entre información verdadera y falsa? ¿Qué papel juega la credibilidad institucional en nuestra percepción de la verdad? ¿Cuál es la responsabilidad de los medios en la difusión de información?

El día después de la transmisión de Welles no solo marcó el fin de una era de inocencia mediática; también marcó el inicio de una nueva comprensión del poder y la responsabilidad de los medios de comunicación masiva. Una lección que, décadas más tarde, en la era de las redes sociales y las fake news, resulta más pertinente que nunca.

El último engaño de Welles

Años después, cuando le preguntaron sobre la transmisión, Welles mantuvo hasta el final que nunca pretendió causar pánico. Sin embargo, en 1960, durante una cena privada, confesó a su amigo y director Peter Bogdanovich: “Subí corriendo a la azotea de la CBS justo después de la transmisión y vi las calles llenas de gente corriendo. Por supuesto que pretendíamos asustarlos, ¡era Halloween!”. Esta confesión tardía solo se hizo pública después de la muerte de Welles, añadiendo una última capa de ironía a la historia de la mayor fake news de la radio.

 

El legado: De Marte a las fake news

Cuando Orson Welles se retiró a dormir en la madrugada del 31 de octubre de 1938, probablemente no imaginaba que había sentado las bases para comprender uno de los fenómenos más disruptivos del siglo XXI: la desinformación masiva. Aquella transmisión radiofónica, que había comenzado como un experimento teatral, se convertiría en un caso de estudio sobre cómo la información falsa puede propagarse y afectar a una sociedad entera.

Un experimento que trasciende el tiempo

Ochenta y cinco años después de aquella histórica transmisión, sus ecos resuenan con una claridad sorprendente en nuestra era digital. Los mecanismos que hicieron efectiva la dramatización de Welles son notablemente similares a los que hoy impulsan la viralización de las noticias falsas en redes sociales. La diferencia fundamental radica en la velocidad y el alcance: lo que entonces tomó una hora en difundirse por una región, hoy puede dar la vuelta al mundo en cuestión de minutos.

El caso de “La Guerra de los Mundos” nos permite observar, como si fuera bajo un microscopio, los elementos fundamentales que hacen que una fake news sea efectiva. En primer lugar, la confianza en el medio: así como los oyentes de 1938 confiaban ciegamente en la radio, hoy millones de personas depositan su fe en plataformas digitales y redes sociales. En segundo lugar, la mezcla de realidad y ficción: Welles utilizó nombres de lugares reales y formatos informativos familiares, del mismo modo que las fake news actuales suelen entretejer elementos verídicos con falsedades para ganar credibilidad.

La evolución de la desinformación

El camino desde aquella transmisión hasta nuestros días está marcado por una evolución constante en las técnicas de desinformación. Durante la Guerra Fría, la propaganda alcanzó nuevas dimensiones, pero seguía siendo un fenómeno relativamente controlado, gestionado principalmente por estados y grandes organizaciones. La llegada de internet cambió radicalmente este panorama.

La democratización de la creación y distribución de contenido ha transformado el paisaje mediático de una manera que ni siquiera Welles podría haber imaginado. Hoy, cualquier persona con un smartphone puede crear y difundir información que potencialmente alcance a millones. Esta capacidad, que tiene un enorme potencial positivo, también ha abierto la puerta a una proliferación sin precedentes de desinformación.

Las lecciones del pasado en el presente

¿Qué podemos aprender de aquel evento de 1938 que nos ayude a enfrentar los desafíos actuales? La transmisión de “La Guerra de los Mundos” nos enseña varias lecciones fundamentales que siguen siendo relevantes:

La primera es la importancia del contexto. Así como el clima de tensión prebélica de 1938 hizo más creíble la invasión marciana, hoy el contexto social y político puede hacer que ciertas fake news encuentren un terreno más fértil para su propagación. La crisis sanitaria del COVID-19 es un ejemplo perfecto: el miedo y la incertidumbre crearon un caldo de cultivo ideal para la desinformación.

La segunda lección tiene que ver con la autoridad percibida de las fuentes. Welles comprendió que imitar el formato de los noticieros y usar voces de aparente autoridad aumentaría la credibilidad de su historia. Hoy, las fake news a menudo se difunden a través de sitios web que imitan a medios respetables o se atribuyen a supuestos expertos.

El nuevo ecosistema de la desinformación

La principal diferencia entre 1938 y la actualidad radica en la complejidad del ecosistema informativo. La transmisión de “La Guerra de los Mundos” fue un evento único, centralizado y fácilmente identificable. Las fake news de hoy operan en un entorno mucho más complejo, caracterizado por:

La velocidad de propagación es exponencialmente mayor. Lo que antes requería horas o días para difundirse, ahora puede volverse viral en minutos. El alcance es global, trascendiendo fronteras y barreras culturales. Y quizás lo más significativo: la verificación de la información se ha vuelto paradójicamente más difícil en la era de la información abundante.

La responsabilidad compartida

Aquella noche de Halloween de 1938 marcó el inicio de una conversación sobre la responsabilidad en la comunicación masiva que continúa hasta hoy. La diferencia es que ahora la responsabilidad no recae solo en los medios tradicionales, sino que se ha extendido a plataformas digitales, creadores de contenido y, crucialmente, a los propios usuarios.

La alfabetización mediática, que en 1938 significaba principalmente entender cómo funcionaba la radio, hoy implica desarrollar habilidades mucho más complejas: verificar fuentes, comprender algoritmos, identificar bots y reconocer contenido manipulado digitalmente. El ciudadano moderno necesita ser más sofisticado en su consumo de información que sus antepasados de 1938.

Mirando hacia el futuro

La historia de “La Guerra de los Mundos” nos recuerda que la vulnerabilidad ante la desinformación no es un fenómeno nuevo ni está limitado a personas poco educadas o crédulas. Es una característica inherente a cómo procesamos la información en sociedad. La diferencia es que hoy las herramientas para crear y difundir desinformación son más sofisticadas y accesibles que nunca.

El legado de aquella transmisión no es solo una fascinante anécdota histórica, sino una advertencia permanente sobre el poder de los medios de comunicación para moldear la realidad percibida. En una era donde la distinción entre realidad y ficción se vuelve cada vez más borrosa, donde la tecnología permite crear deepfakes cada vez más convincentes y donde los algoritmos pueden amplificar la desinformación a escalas sin precedentes, las lecciones de aquella noche de Halloween son más relevantes que nunca.

El círculo se cierra

Es irónico que una historia sobre una invasión marciana ficticia nos haya proporcionado herramientas tan valiosas para comprender las amenazas muy reales que enfrentamos en la era de la desinformación digital. La transmisión de Welles demostró que la realidad, o más precisamente, nuestra percepción de la realidad, puede ser manipulada a través de los medios de comunicación. Esta lección, aunque aprendida hace más de ocho décadas, sigue siendo el núcleo de nuestra lucha actual contra la desinformación.

Al final, “La Guerra de los Mundos” no fue solo la primera fake news de la historia moderna; fue un presagio de los desafíos que enfrentaríamos en la era de la información. Y así como aquellos oyentes de 1938 tuvieron que aprender a ser más críticos con lo que escuchaban en la radio, nosotros debemos desarrollar nuevas habilidades para navegar en un mundo donde la verdad y la ficción a menudo se entrelazan de maneras cada vez más sofisticadas.

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